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Después de obtener la llave, el Cura, el Barbero, la Sobrina y el Ama entraron en la gran librería de Don Quijote, donde encontraron más de un centenar de libros. El Ama pidió que se les rociase con agua bendita por los encantamientos que pudiera tener aquellos libros.
Lo que le causó risa al Cura quien le pidió al Barbero, que le fuera pasando los libros que allí se encontraban, para decidir cual sería condenado al fuego y cuales merecían salvarse. El Ama y la Sobrina se oponían a esto, pues para ellas todos esos libros eran los causantes del mal que le había sucedido a su amo y tío respectivamente. El Cura no vio motivos en esto y recibió el primer libro que le pasó el Barbero, Los cuatro de Amadís de Gaula, que por ser el mejor de los libros de caballería y único en su estilo fue salvado.
El siguiente, las Sergas de Esplandián que a pesar de ser hijo del primero fue condenado al fuego, todos de esa fila también fueron condenados al fuego, al ser del mismo linaje de Amadís. El Don Oliviante de Laura fue condenado por disparatado y arrogante. El Florismarte de Hircania y todos los siguientes fueron condenados al fuego incluyendo El caballero Platir. El Espejo de caballerías y todos los que tratasen temas de Francia se guardaron en un pozo seco para luego decidir que hace con ellos. Palmerín de Olivia fue condenado al fuego mientras que Palmerín de Inglaterra  fue salvado por ser escrito por un rey de Portugal y ser muy bueno.
Por no querer leer más se le mandó al Ama a que tirase todos los grandes al fuego. El Ama muy contenta lo hizo, pero se le cayó uno en su afán de deshacerse de todos: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco, el Cura al verlo supo de su grandeza y que no merecía el castigo que seguro recibiría por  parte del Ama al echarlo al fuego.
Quedaron unos libros pequeños de poesía, que iban a ser salvados porque el Cura los consideraba inofensivos, pero la Sobrina apuntó que podían hacer que su tío se volviera pastor o poeta, y así fue. Pero se salvaron: Los diez libros de Fortuna de amor, La Diana de Montemayor pero con espulgo de su contenido, El pastor de Fílida, Tesoro de varias poesías, El cancionero de López de Maldonad, La Araucana de don Alonso de Erdilla, La Austríada de Juan Rufo, Monserrate de Cristóbal de Virués y Las lágrimas de Angélica      

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